viernes , 5 septiembre 2025
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Innovar desde el territorio: laboratorios vivos y nuevas rutas para una mejor gobernanza

¿Y si un país entero pudiera pensarse como un laboratorio vivo para probar ideas, ajustar políticas y aprender en tiempo real? En lugar de aplicar soluciones prefabricadas, podría abrirse a la posibilidad de experimentar con la vida misma como insumo, y con la colaboración como método.

Eso es lo que ha venido haciendo Andorra: un país pequeño en población, pero ambicioso en visión, que decidió convertirse en un laboratorio viviente a escala nacional. Lejos de los reflectores del Valle del Silicio, pero en alianza con el MIT Media Lab, Andorra ha logrado algo que deberíamos observar con atención en México: una innovación que parte del territorio, involucra a la ciudadanía y aprende del error, en lugar de castigarlo.

Un living lab es un entorno real donde se co-crean soluciones entre múltiples actores: ciudadanía, universidades, gobiernos y empresas. La clave no está solo en la tecnología que se implementa, sino en el proceso compartido para resolver problemas complejos, con validación en tiempo real y capacidad de ajuste continuo.

Estos laboratorios permiten experimentar con políticas públicas, servicios urbanos, modelos energéticos, sistemas de transporte o programas sociales, sin tener que esperar años para evaluar resultados. Aprenden rápido y desde el territorio. Innovan, sí, pero no desde el escritorio, sino desde la calle, la cocina comunitaria, el aula o el transporte público.

En Andorra, este modelo tomó forma a través de una alianza con el MIT Media Lab, lo que permitió desplegar tecnologías como sensores urbanos, inteligencia artificial para el análisis de datos y esquemas de gobernanza ética en el manejo de la información ciudadana.

Algunos resultados notables:

  • Mejora en la movilidad urbana gracias al análisis de datos en tiempo real.
  • Gestión más inteligente del turismo estacional, sin saturar los servicios locales.
  • Ensayos de políticas climáticas y energéticas con impacto directo en los hogares.
  • Mayor transparencia institucional mediante nuevos acuerdos sobre el uso de datos.

El acierto no fue solo técnico, sino también cultural y político: hacer del error parte del proceso, y de la colaboración, una condición de posibilidad.

La innovación colaborativa no debería reservarse a países pequeños o capitales con infraestructura digital avanzada. En México —y particularmente en el sur— hay condiciones singulares para pensar nuevos modelos.

En Oaxaca, Guerrero o Puebla, la inteligencia territorial no se mide únicamente con sensores o satélites, sino en redes de cooperación, economías populares, saberes campesinos, jóvenes que crean sin permiso y universidades que, aunque precarizadas, siguen siendo nodos vitales.

¿Por qué no pensar en Huajuapan, Tlapa, Chilapa, Pinotepa o Tehuacán como laboratorios vivientes del sur?

Desde una red de mujeres cocineras que rescatan alimentos nativos, hasta estudiantes que mapean el transporte informal o ejidatarios que experimentan con energías limpias, las semillas ya existen. Lo que hace falta es el marco institucional, la confianza política y el permiso para equivocarse sin consecuencias catastróficas.

La lección del caso Andorra no está en la digitalización ni en la tecnología de punta, sino en el cambio de enfoque: la innovación no se impone, se negocia; no se aplica, se prueba; no se decreta, se cultiva.

En México podríamos comenzar por:

  • Reconocer a las regiones como productoras de conocimiento útil, no solo como receptoras de políticas.
  • Establecer acuerdos éticos sobre el uso de datos, priorizando el bien común.
  • Crear marcos para ensayar políticas públicas en pequeño, con mecanismos de ajuste continuo.
  • Apoyar a actores locales —universidades, colectivos, gobiernos municipales— como curadores de experimentación.

No basta con más innovación si esta no se traduce en mayor dignidad, justicia y conexión entre quienes deciden y quienes viven las consecuencias. La innovación colaborativa es una urgencia estratégica en tiempos de fragmentación.

Quizá lo que más necesita el sur de México no es otro plan de desarrollo, sino un nuevo pacto de confianza para imaginar soluciones propias, abiertas al error, pero profundamente enraizadas en lo que somos.

Porque, a veces, para innovar, basta con mirar el territorio no como un problema, sino como una posibilidad.

Por Ricardo Martínez Martínez

@ricardommz07

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